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Manuel Álvarez Bravo: La luz de
un siglo Por
María Luisa López
Fotografías: Walter Behenke/Enrique Villaseñor
El recuerdo de los intentos que hice en otros campos, me hace comprender
que encontré mi camino a tiempo, Manuel Álvarez Bravo, 1943.
Una sinfonía, una medalla, un libro, un pastel, un poco de vino...
Los aplausos calurosos de quienes asistieron ayer al Palacio de Bellas
Artes fueron dedicados al fotógrafo mexicano, quien llega hoy a
su cumpleaños número cien.
El tiempo, su tiempo, tiempo poético. Ése que incluso ha
mostrado a otros para que aprendan a vivirlo igual que él: lenta,
gozosamente, es el que acompaña a Manuel Álvarez Bravo en
su entrada a la sala de conciertos del Palacio de Bellas Artes, donde
todos se alejan de ese tiempo poético para entregarse al estrepitoso
andar y mirar. Sentado en su silla de ruedas, con el brillo de su cabello
cano, el fotógrafo mexicano nacido en 1902 detrás de la
Catedral Metropolitana de la ciudad de México ˜muy cerca de este
recinto˜, se dispone a escuchar una de sus piezas musicales preferidas:
la Cuarta Sinfonía de Mahler.
Luego de los disparos ˜¡rápidos, rápidos!˜ que caen
sobre él, de los fotógrafos arremolinados a su alrededor
˜algo que contrasta con su forma de mirar y retratar personajes, objetos
o paisajes a lo largo de un siglo˜, con los brazos cruzados, la poesía
en la mirada, en ese su tiempo cercano a la calma, quizás a la
paz, Álvarez Bravo se mantiene erguido. Ataviado en su traje gris
y camisa color azul (sin corbata), se regocija ante el sonido clásico
de la Orquesta Sinfónica Nacional, dirigida por Enrique Diemecke,
y la voz de la soprano Conchita Julián: La voz de los ángeles
alegra el corazón, algo de lo que seguramente don Manuel tiene
la certeza.
Sus manos se abrazan, sus brazos se cierran y descansan, sus ojos se abren
al goce de un concierto de imágenes que probablemente recurren
a la memoria y le traen a la mente, quizás, al joven que fue y
sigue viviendo en él, al que siempre e interesó el arte,
y hoy acepta, cometió el típico error de creer que
la fotografía era el más fácil.
No todos los aniversarios demandan un festejo. Pero cómo no celebrar
al dueño de la mirada luminosa que cumple cien años y se
ha dedicado la mayor parte de ellos a cazar imágenes. Por eso están
aquí sus hijos, sus nietos, su esposa Colette. Por eso, también
están aquí sus amigos: Manuel Felguérez, Fernando
González Gortázar, Pablo Ortiz Monasterio, Héctor
García, Enrique Bordes Mangel, Graciela Iturbide, tantos y tantos
que lo quieren y admiran, y no dejan de gritar vivas y entregarle incontables
ovaciones.
Entre ellos también Carlos Monsiváis, autor del prólogo
del libro Cien años, cien días, publicado a propósito
del centenario del fotógrafo, con una selección de él
mismo de cien fotos de su autoría para incluir en la edición
conmemorativa, algunas de ellas poco conocidas e incluso inéditas.
Monsiváis habla de la indagación de don Manuel, sobre lo
que no está ahí y aparece, convocado por la voluntad artística
y la estrategia, ni deliberada ni involuntaria; Pensar desde las imágenes,
convertir lo común en lo desconocido, captar lo que, por tan esencial,
sólo en una segunda instancia es simbólico, profundizar
en la capacidad admirativa de lo real y lo surreal, hacernos conscientes
de nuestro desconocimiento de lo evidente, poner de relieve que, sin la
decisión de asombro, todo es opresivo, y al final de cuentas invivible.
La sombra de don Manuel nunca es teatral. Sin prisa, sin estrépito,
evalúa a la gente, los objetos, las visiones panorámicas,
lo profundo que las superficies contienen, él procede desde su
amor a lo poético, a la música, a la arquitectura, a las
estructuras formales, visibles e invisibles, que incorpora en cada una
de sus piezas, al hacerlo, impulsa la vocación del descubrimiento,
y por eso, el que sigue sus lecciones y el que escudriña sus fotos,
se añade, lo sepa o no, a la legión de fotógrafos
mentales; Y vuelve el caudal de vivas para don Manuel mientras lleva sus
manos al rostro para cubrir las ganas contenidas del llanto, un llanto
que demuestra que no sólo el dolor es tan intenso, también
el cariño y el reconocimiento a una mirada luminosa. Cien años
a cuestas son el buen el pretexto para demostrarle que su buena fama está
más que despierta.
En la foto de grupo esta vez le tocó el centro a don Manuel. La
Sala Nacional del Palacio de Bellas Artes lo recibe, luego de que le han
entregado la Medalla Conmemorativa del Palacio de Bellas Artes y se ha
dado pie a la cancelación de estampilla postal que el Servicio
Postal Mexicano emitirá en su honor. De nuevo el torbellino de
fotógrafos luchando entre sí por una buena imagen de don
Manuel frente a sus cien velitas colocadas en un gran pastel.
Discreto, pero reconocido por algunos, está
también retratándolo, el brasileño Sebastiâo
Salgado, quien dirá: Es un gran honor para mí estar
en esta fantástica conmemoración para él. Ver aquí
adentro una representación de todas las clases sociales, es algo
tan emocionante ver cómo se le respeta en todo México, y
claro, en toda América Latina; Esa confirmación de la experiencia
verbal a través de la imagen, de la que habló alguna vez
el Nobel mexicano Octavio Paz ˜al referirse al trabajo de Álvarez
Bravo˜, es más que evidente esta tarde dominical, tarde previa
al día que sorprenderá a este hombre cálido de brilloso
cabello, con todos esos recuerdos, quizá cien, buscando abrazarlo.
¡Ya casi no siento nada... Esto es mucho!, dice entre risas don
Manuel al acercarse a él, pese a las dificultades para hacerlo.
Las palabras que nacen de su corazón acalorado por tanto
afecto, llegan con su imagen hasta la explanada del recinto, afuera,
donde los transeúntes ya se detienen a mirar las Imágenes
de un siglo, que demuestran: La realidad tiene siempre otra cara,
la cara de todos los días, la que nunca vemos, la otra cara del
tiempo.
Texto publicado en Milenio Diario,
frebrero 2002.
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